Kristine susurra
frente al lago quieto
con sus faisanes muertos al fondo.
Está llorando por un niño
con dos alas que son dos pies.
Kristine va recogiendo
diamantes y dos o tres bacinicas,
rumbo al pueblo.
Las indígenas
ancianas
le llevan alambres de púas y
viejas cítaras podridas.
En el hipotálamo de Kristine
hay un punto tierno de optimismo.
A veces,
la asalta
el dolor de partir,
el dolor de ser aire,
el dolor de la lujuria de ser nada.
Pero no es una mujer amarga, no,
