en la Santander.
Yo sólo sé
que los que mañana
serán atropellados
–en otra calle distinta
a esta calle–
caminan, acá,
con rocío puro en los labios.
Llevan un helado
de espuma, en su mano,
sostienen a sus hijos de saliva.
Ellos caminan:
hermosos, ciertos,
desconocidos, nuevos.
Han dejado atrás las jaulas.
Hay amor en sus corazones:
besan los hocicos
de los perros enfermos.
Pues ésos, felices,
mañana mismo
habrán de ser roídos
por deudas y cánceres,
y divorcios lamentables.
Ignorantes hijos
de la calle Santander.